El siglo XXI ha redefinido las formas del poder internacional. Lejos del viejo esquema de la Guerra Fría, donde dos superpotencias dividían el mundo en bloques rígidos, hoy asistimos a un escenario más complejo, en el que múltiples actores —grandes y medianos— interactúan en un tablero dinámico marcado por la competencia tecnológica, el control de los recursos, la influencia ideológica y las nuevas formas de guerra híbrida.
En este capítulo se analizan las estrategias de poder de los principales actores globales: Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea y las potencias emergentes del Sur Global. Cada uno busca asegurar su influencia en un orden internacional que está dejando de ser unipolar para convertirse, de forma acelerada, en multipolar y fragmentado.
Estados Unidos continúa siendo la potencia más influyente del planeta, aunque su posición hegemónica ya no es incontestable. Su estrategia se centra en mantener la supremacía militar, tecnológica y financiera, mientras construye redes de alianzas que contrarresten el ascenso de China y la influencia disruptiva de Rusia.
Desde hace más de una década, Washington reconoció que el Indo-Pacífico sería el epicentro del poder global.
Su objetivo principal es contener a China, no mediante un enfrentamiento frontal, sino reforzando alianzas estratégicas con países clave:
Esta política se basa en rodear a China con un cinturón de alianzas militares y tecnológicas que limite su proyección regional.
El dólar sigue siendo el arma geoeconómica más poderosa de Estados Unidos. El control del sistema:
permite imponer sanciones que pueden paralizar economías enteras. Washington sabe que el día que el dólar deje de ser la moneda dominante, su poder disminuirá drásticamente. Por eso, su estrategia es proteger la centralidad del dólar frente al yuan y las iniciativas financieras de los BRICS.
Estados Unidos busca mantener la delantera en áreas decisivas:
Por ello ha impuesto restricciones a China en el acceso a microchips de alta gama y maquinaria de litografía. Washington entiende que quien domine la tecnología dominará la guerra, la economía y la sociedad del futuro.
La prensa, Hollywood, las redes sociales y las grandes plataformas digitales proyectan un modelo cultural occidental que sirve de vehículo de influencia global.
Estados Unidos lucha no solo con armas o sanciones, sino también con narrativa, intentando moldear la opinión pública mundial.
China es la principal potencia en ascenso del siglo XXI. Su estrategia es más paciente, estructurada y a largo plazo que la estadounidense. Pekín no busca imitar el modelo occidental: busca crear un orden alternativo, basado en su poder económico y en su expansión tecnológica y diplomática.
La Belt and Road Initiative es uno de los proyectos geopolíticos más ambiciosos de la historia moderna:
A través de ella, China ha logrado presencia dominante en Asia, África, Oriente Medio y Latinoamérica.
El objetivo final es crear un sistema económico global centrado en Pekín, en el que las rutas comerciales dependan de su inversión y tecnología.
China aspira a ser autosuficiente. Por eso invierte miles de millones en:
Su meta es que, para 2035, ninguna tecnología estratégica dependa de Occidente.
China combina préstamos, inversiones y acuerdos energéticos con un discurso pacifista.
No impone valores: ofrece estabilidad y desarrollo económico.
Eso seduce a muchos países que desconfían del intervencionismo occidental.
Aunque su ejército aún no iguala al estadounidense, China avanza con rapidez:
Su objetivo es claro: recuperar Taiwán y convertirse en la potencia dominante del Indo-Pacífico.
Rusia no es una superpotencia económica, pero sigue siendo una gran potencia militar, nuclear y energética. Su estrategia se basa en mantener influencia en su espacio histórico y desafiar el orden occidental.
Rusia controla enormes reservas de:
Históricamente, ha usado sus gasoductos para influir en Europa. La guerra en Ucrania transformó esta relación: Rusia busca nuevos mercados en Asia, y Europa intenta liberarse de su dependencia.
Moscú combina:
Es una estrategia de desgaste destinada a fracturar la unidad de la OTAN y debilitar a la UE.
Rusia ha fortalecido alianzas con:
Busca construir un bloque antioccidental que debilite la influencia de Estados Unidos.
Europa es una potencia económica, pero militarmente débil y tecnológicamente dependiente. Su estrategia oscila entre alinearse con Estados Unidos o intentar formar un bloque autónomo.
Europa depende del exterior en:
Esto limita su autonomía geopolítica.
La UE intenta avanzar en:
Pero las divisiones internas ralentizan cualquier avance.
Los desafíos internos —migración, polarización, populismos, envejecimiento demográfico— amenazan su cohesión interna, lo que reduce su capacidad de actuar como potencia global.
El mundo no se reduce ya a Occidente vs. Oriente.
Una nueva constelación de potencias intermedias está cambiando el equilibrio global.
Busca mayor independencia frente a EE. UU.
La ampliación del bloque incluye a potencias energéticas y regionales.
Los BRICS buscan:
Estamos ante un nuevo bloque de poder que desafía la arquitectura occidental.
El mundo ha entrado en una etapa de competencia estructural entre múltiples potencias. Estados Unidos lucha por mantener su primacía; China acelera su ascenso estratégico; Rusia desafía el orden desde la confrontación; Europa busca un papel propio; y el Sur Global despunta como un actor decisivo del siglo XXI.
El equilibrio global ya no depende de un solo país, sino de la interacción —y el conflicto— entre diversos polos de poder.
Esta competencia marcará el rumbo de las próximas décadas y determinará las crisis, oportunidades y transformaciones que vivirá la humanidad.

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